Bill tiene dos amigos pintores: Daniel y Steve, el primero pinta serenidades y el segundo intimidades. Daniel es un pintor que salpica con óleo sombrillas marineras, playas luminosas, porches de casas apetecibles y estacionales. Steve muestra cuerpos de mujeres y niños, escorzos casi eróticos envueltos en gasas y linos inmaculados. Bill no domina la pintura, lo que realmente transita su gusto y sentimiento es la danza, ese movimiento prehistórico al que se le han añadido multitud de matices a lo largo de la Evolución humana: los primates balanceándose ante una resolución tribal; los danzarines de Creta jugando con el toro; los actores que, dejando atrás el cine mudo, patalean sobre charcos de manguera en decorados un tanto kitsch; las mujeres fatales mostrando sus medias, adornando piernas infinitas, a ritmo de jazz; los jóvenes de la rive gauche , manteniendo el equilibrio a orillas del Sena en tiempos de postguerra ; las parejas desesperadas en la gran depresión, moviéndose al...
Un mosaico romano, un zócalo nazarí, un puzzle, las piezas de un juego de construcción desparramadas por la alfombra de esparto, en el cuarto de un niño.