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Soldado de fortuna.




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Escenas callejeras.

              En el barrio antiguo de una ciudad provinciana con pretensiones, Lulú y Mortimer, dos ejemplares del más puro pedigree callejero, observan curiosos qué pasa en la calle. Ha llegado un ford mustang metiendo ruido, pisando charcos, lagunas negras entre adoquines, formadas por el deshielo de glaciares celestes. Las vecinas, otras perras y otras gatas, detienen su colgadura de licra y nylon para atender a la zorra albina que desciende del coche y se planta en mitad de la acera gritando como una condenada el nombre de su macho. Camisetas de tirantes a punto de explotar, salpicadas por innumerables manchas, se asoman a la puerta del bar, el humo de los puros asciende hasta mezclarse con el olor del puchero, de la acelga y del suavizante. Lulú y Mortimer, pareja de hecho, derecho, cohecho y contrahecho conocen de vista a Lucy, la zorra albina que grita el nombre de su macho. -Puta loca, venir a estas horas a escandalizar el barrio. -Tranquilo Lulú, ¿no te acuerdas el ot

American way of life.

American way of life. Estilo de vida americano, con perro, caravana herrumbrosa, destilería clandestina y barbas de la guerra civil; ¿de la independencia? No, civil, allá por 1861. En los campos de Getisburg asomaron las primeras canas con el primer horror, ese que lustros más tarde mencionará el coronel Kurt. Padeciendo el síndrome de Diógenes, cachivaches heterogéneos se desperdigan por la superficie polvorienta y un perro psicokiller que ladra a propios y a extraños mira aparentando vigilar. Humedad de pantano, arenas movedizas, inmersión en la indigencia; la superstición y la locura ya están aquí, dormir con ellas, retozar con ellas, vomitar la miseria y degustar la mugre. El campo de Arkansas es el escenario para los tornados de Oz, las llanuras del medio Oeste recogen en tu pelo plateado todas las visiones eróticas de un nanosegundo. Querida Tippy, ¿quién es ese gordo que dormita detrás de ti a lomos de un cadillac dorado? Se llama Ron, como el actor porno. Las motos choper

Ruina y llanto.

RUINA Y LLANTO   Giovanni Battista. Caravaggio. Ruina y llanto, el recordarla siempre derrite el alma. Lleno de amor grité detrás de sus cabalgaduras: Oda VIII. Abenarabí   Al oráculo de Cumas van los esquifes, escoltados por iridiscentes criaturas marinas. Las agujas de salitre tejen el muérdago, que la mano izquierda de los acólitos agitará frente al trípode sagrado. Las sombras lentas de los condenados se agolpan a las puertas del inframundo, bajo las ruinas del templo de Apolo. Allí te encontré, joven Amerighi, cuando apenas vestías toga viril. A la Virgen de los palafreneros invoqué para que nuestro encuentro no fuese pisoteado, para que no te alejases de mí. No me importaba si eras canalla de los adoquines o Donatello del arrabal. En un cuartito, juntos los dos, ninguno tomó veneno, anhelo y ansia bebimos, convulsos y transidos, goteaban por las comisuras de nuestras bocas la lujuria y el deseo: eran libaciones ante una Venus ajada, que nos observaba a través